jueves, 27 de enero de 2011

Piedras


Un buen día, de repente, en un horario preciso de la tarde, todo el peso del mundo, o sea, la "realidad real", cae sobre mi, me aplasta y me sume en un pozo negro en el cual, ninguna luz entra.
La certeza de la muerte, la sombra del dolor, la distancia irreducible, la ausencia, el insondable vacío original, el fantasma palpitante de la enfermedad, la lentitud de las horas, o su velocidad, la duda eterna.
Todo el peso del mundo sobre mi. Y no sé si puedo seguir caminando.

Imagen: Grete Stern

lunes, 17 de enero de 2011

Vacío


Hoy me siento un poco más vacío. Muy vacío. Vacío. Como si el dolor hubiese arrancado de mí, toda tripa, todo órgano, toda sustancia de peso.
Hoy me siento liviano, lo cual no cambia nada, ni siquiera, significa que me sienta bien. Apenas estoy. Apenas me sostengo, como una planta de tallo finísimo movida por el viento.
De alguna manera, floto. Pero no es una apoteosis.
Puede que implique que el dolor se termina alguna vez, como todo se termina. Pero puede, también, que de tan inmenso dolor, de un hombre sólo sobreviva una sombra. Una sombra escuálida y abúlica.
Tal vez, el dolor no sea en vano.

Imagen: Robert Cook 

miércoles, 12 de enero de 2011

Grises


La luz del sol me rompe. Me inunda los ojos con un dolor indescriptible. Quizá, sea yo, otro lector de sueños arrojado en un mundo que desconozco, pero que es, absolutamente mío.
La luz del sol me enrojece los ojos hasta la sangre.
Detrás de los días grises, sin embargo, se esconde una escalofriante fascinación, que comparto con otros seres solitarios como islas. Islas invisibles, que en ocasiones deambulan, cuando todos duermen o se protegen del frío y de la lluvia.  
El drama de las islas es que jamás dejan de ser islas. No sueñan con levantar banderas comunes o defender una causa. Cada isla lleva su color, bien marcado y diferente.
Los días grises y de llovizna, son para las islas solitarias, la apoteosis.
La luz del sol me rompe. La luz del sol me enerva. La luz del sol me pone triste. Y eso le pasa a todas las islas del mundo. Las islas son como los lectores de sueños, o como los seres solitarios.
Cuando el sol brilla con una fuerza del infierno, continentes de hombres y mujeres salen a las calles y a las plazas y a las playas, como si se tratase de una revolución. Los colores entran en fusión, los olores se confunden y apestan y las voces conforman una bola de ruido insoportable.
Entonces me repliego, hasta que las nubes espantan a las masas jocosas, y a la violenta luz del sol, que me rompe. Me hago ovillo hasta que los días grises vuelven.

Imagen: Erica Hopper

miércoles, 5 de enero de 2011

Paseo


Moverse, dejarse llevar por un aroma. Irse sin rumbo ni fin. Sentir las hojas secas que se rompen debajo de los pies. Modificar el paso. Largos, cortos, dar saltitos ridículos.
Mirar con ojos muertos las nubes que se amontonan y amenazan, o las que se esfuman dejando una extraña sensación de despojo.
Mirar con ojos muertos, los colores que nada modifican y nada dicen. Hundirse en el agua, girar las piedras en la mano. Desnudarse. Estarse desnudo sentado en una roca y sentir que el agua nos acaricia el sexo.
Buscar el motivo del rodeo, del proceso, de la mera circunstancia de estar. Buscar, sólo buscar, quizá, inutilmente...