La tierra que piso es una islita, y en la dirección que quiera moverme, me hundo en charcos playos. Después, los charcos se vuelven profundos. Así que no tengo más alternativa que regresar a mi islita, que no sé por qué cuestión, permanece imperturbable ante la voluptuosidad del agua.
Hay un olor de río, de pescado podrido, de barro. Un zumbido del viento que viene de todas partes. Tengo una voz inmemorial que me repite, que del otro lado del río, estás vos. Vos, o sea lo que quiero.
No recuerdo muy bien este lugar ni este tiempo. Aunque la islita es donde yo debo estar, confinado y silencioso. Resignado. Atravesar el río tiene sus riesgos. El río es profundo y está lleno de monstruos.
Dicen que salir de la isla es para pocos. Dicen que vos estás en otra isla. Dicen, los susurros del río, que millones de islas andan por ahí. Y hombrecitos muy quietos, hablan quedito con su sombras.
Adoro esta isla que me tocó en suerte, pero quisiera que fuese más grande. Para que sea más grande tengo que conseguir que la distancia, que me une a vos, desaparezca. Llegar hasta tu isla.
Pero cuando cayó la noche, el río se hizo eterno...